Taller de arquitectura 7 :: ULSA victoria :: arq. Jorge Arturo Zárate Cisneros

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TALLER EXPERIMENTAL DE ARQUITECTURA

domingo, 19 de septiembre de 2010

Paisajes aterritoriales, paisajes en huelga / F. Muñoz

Paisajes aterritoriales, paisajes en huelga.
Francesc Muñoz
capítulos del libro urBANALización: paisajes comunes, lugares globales

1. Presentación


La evolución del territorio y las ciudades muestra actualmente la producción de paisajes, atmósferas y ambientes, tanto urbanos como no urbanos, que son replicados y clonados independientemente del lugar a lo largo y ancho del planeta. Es lo que hemos convenido en llamar tematización. Una producción de territorio a escala global que se concreta en la multiplicación de paisajes comunes, orientados no ya al consumo de un lugar sino al consumo de su imagen, independientemente de donde se encuentre físicamente el visitante.

Emerge así una nueva categoría de paisajes temáticos que se definen por su aterritorialidad. Es decir, paisajes independizados del lugar, que ni traducen sus características sobre el territorio ni son resultado de sus contenidos físicos, sociales o culturales. Paisajes reducidos, así pues, a sólo una de las capas de información que lo configuran, la más inmediata y superficial: la imagen.

Se pueden así reproducir las calles y casas típicas de la Boca o de Nueva Orleans y replicarlas en cualquier centro comercial del mundo. Es posible simular las azoteas, ventanas y celosías de las ciudades islámicas, repitiéndolas en mil y una urbanizaciones de verano en los resorts y áreas turísticas del sur de Europa. Es fácil entonces seleccionar los elementos visuales más peculiares y característicos de los centros históricos mediterráneos, como los colores de las fachadas, las puertas de madera o hasta los mismos espacios públicos, y clonarlos incluso en otros centros históricos.
Los paisajes son de este modo consumidos independientemente del lugar por que ya no tienen ninguna obligación de representarlo ni de significarlo. Son paisajes 'desanclados' del territorio y van, sencillamente, dimitiendo poco a poco de su función, declarándose así en huelga.

Estos son los paisajes de la urbanalización, espacios temáticos donde la única forma de representación pasa por el gadget o el souvenir; entornos que forman parte de una cadena de imágenes sin lugar, reproducidas en régimen de take-away.

2. Los paisajes aterritoriales

La dispersión de la población, la producción y el consumo sobre el espacio han hecho que la cartografía urbana se haya hecho ya casi total. Esta extensión global de la ciudad y lo urbano ha producido también algo que puede llamarse como indiferentismo espacial. Es decir aparecen semejanzas morfológicas entre espacios normalmente concebidos como diferentes en momentos anteriores. Así había sucedido tradicionalmente con los espacios urbanos y los rurales, con los centros y las periferias, con las grandes ciudades y las de menor tamaño.
Se puede ilustrar este fenómeno en dos direcciones:
En primer lugar, existe un indiferentismo espacial entre áreas con diferentes grados de urbanización que, paradójicamente, no aparecen tan distantes en términos morfológicos. En otras palabras, es posible encontrar características urbanas en territorios normalmente concebidos como espacios no urbanos. La aparición de las llamadas edge cities, o ciudades 'en el límite', o la multiplicación de parques tecnológicos, industriales y temáticos en espacios regionales, son buenos ejemplos de este proceso.
Esta dinámica produce la homogenización formal y funcional entre estos territorios de expansión metropolitana a partir de la localización de usos característicos de la urbanización dispersa: la residencia unifamiliar, las infraestructuras viarias o los contenedores comerciales, de ocio y turísticos. Un paisaje que se puede encontrar de forma secuenciada y repetida en cualquier sección que se haga del territorio metropolitano. Edward Relph se refiere de forma muy grafica a este paisaje compuesto por discontinuidades repetidas de forma estandarizada: "To drive around a city in the 1980's is to encounter a limited range of different types of townscapes, indefinitely repeated. These are, in fact, so different that they seem to bear little or no relationship to one another. There are drab modernist renewal projects, gleaming towers of conspicuous administration, gaudy commercial strips, quiet residential suburbs, the blank boxes and great parking lots of shopping malls, quaint heritage districts, industrial estates; then there are more modernist housing projects, more suburbs, another comercial strip, another industrial district, another post-modern townscape, another suburb......It seems that modern life is filled with an easy acceptance of repetitive standardised discontinuities." (Relph, 1987)

En segundo lugar, puede observarse un indiferentismo espacial comparando espacios tipológicos concretos en ciudades diferentes. De forma más específica, las diferencias morfológicas entre los espacios de renovación, como pueden ser waterfronts o centros históricos, en la mayoría de ciudades son prácticamente inexistentes.

Estos procesos han determinado un progresivo vaciado de los atributos del paisaje geográfico en general y del paisaje urbano en particular. Para ilustrar esto, basta recordar la progresiva especialización de territorios dedicados a la producción de un tipo específico de paisaje, de morfologías especialmente diseñadas para el consumo mediático y visual de las poblaciones metropolitanas: el paisaje natural, el paisaje urbano histórico o el paisaje urbano portuario serian tres ejemplos muy claros.

Estas dinamicas son tan importantes que se puede hablar de la existencia de un sistema de produccion de paisaje que tiene por objeto la produccion de morfologias, atmosferas y ambientes urbanos paradojicamente sin temporalidad ni espacialidad reales sino simuladas, replicadas o, simplemente, clonadas. Una produccion de forma urbana globalizada que se concreta en una serie de paisajes comunes orientados no ya al consumo de un lugar sino al consumo de su imagen, independientemente de donde se encuentre fisicamente el visitante consumidor. En palabras de Ignasi de Sola-Morales: “Nos estamos enfrentando a la experiencia de una nueva cultura mediática en la cual las distancias son cada vez más cortas hasta el punto de hacerse instantáneas. Una cultura mediática caracterizada por el hecho de que la reproducción de imágenes, con toda clase de mecanismos, hace que estas dejen de estar vinculadas a un lugar específico y que fluyan, de forma errática, a lo largo y ancho del planeta” (Solà-Morales, 1995).

Emerge así una nueva categoría de paisajes definidos por su aterritorialidad: esto es, paisajes independizados del lugar, que ni lo traducen ni son el resultado de sus características físicas, sociales y culturales, paisajes reducidos a solo una de las capas de información que lo configuran, la mas inmediata y superficial: la imagen.

Pero si habitar el lugar tiene así tanto que ver con el consumo de su imagen la conclusión es muy clara: si bien no es posible crear el lugar su imagen si puede ser reproducida, simulada o replicada. Es decir, la imposibilidad de crear el lugar venia siempre dada por la dificultad para reproducir las relaciones sociales y culturales que lo caracterizan. Unos elementos que solo el paso del tiempo, la historia, puede generar. Ante la imposibilidad de crear el lugar, sin embargo, se ha tendido a recrearlo, y eso, ni mas ni menos, es lo que se ha venido haciendo tradicionalmente en los parques temáticos y de ocio: recrear, simular lugares lejanos y, ya que se trata de una recreación, también tiempos pasados e incluso la síntesis de ambos procesos: reproducir lugares remotos del pasado, como la China de Marco Polo, la Inglaterra del Rey Arturo o el Far West.
Así, entendiendo el paisaje como la resultante del lugar, como la traducción de las relaciones sociales y culturales que dan forma al locus, el paisaje no puede ser creado, únicamente recreado. Pero si de lo que se trata es de su imagen la cosa es diferente. Mas todavía, si el paisaje se reduce a su imagen, a su contenido visual, entonces, repitiendo las palabras de Sola-Morales, el paisaje es reproducible, con toda clase de mecanismos, hasta el punto de que el paisaje, los paisajes, dejan de estar vinculados a un lugar o lugares específicos y fluyen, de forma errática, a lo largo y ancho del planeta.
En otras palabras, el paisaje, los paisajes, toda vez simplificados a través de su imagen, no solo pueden ser recreados sino, de hecho, creados. Se pueden así reproducir las calles y casas típicas de la Boca o de Nueva Orleans y replicarlas en cualquier centro comercial del mundo. Es posible simular los tejados, ventanas y celosías de las ciudades islámicas repitiéndolos por doquier en mil y una urbanizaciones de verano en resorts y áreas turísticas del sur de Europa. Es fácil así seleccionar los elementos visuales más pintorescos de los centros históricos mediterráneos, como los tonos de color de las fachadas, las puertas de madera o hasta los espacios públicos, y clonarlos incluso en otros centros históricos.

Estos paisajes resultado de sucesivos copy&paste son absolutamente independientes del lugar porque ya no tienen ninguna obligación de representarlo ni significarlo; son paisajes 'desanclados' del territorio que, tomando la metáfora de la huelga de los acontecimientos que explica Jean Baudrillard, van sencillamente dimitiendo de su cometido: “Es como si los acontecimientos se transmitiesen la consigna de la huelga. Uno detrás de otro, van desertando de su tiempo, que se transforma en una actualidad vacía, dentro de la cual ya solo tiene lugar el psicodrama visual de la información”. (Baudrillard, 1993).
De la misma forma, los paisajes también van declarándose progresivamente en huelga. Si los acontecimientos desiertan de su tiempo los paisajes dimiten de su lugar. Al igual que el tiempo se transforma en actualidad el espacio se reduce a su imagen. Al gobierno de la actualidad informativa corresponde así un espacio simplificado regido por las reglas del consumo y la visita turística, donde la única posibilidad de representación pasa por el gadget o el souvenir.
Narración mediática del tiempo y apropiación temática el espacio van así de la mano configurando una realidad en la que la cadena continua de noticias va acompañada de otra cadena también de alcance global: la de las imágenes sin lugar reproducidas en régimen de take-away.

3. Planificación y política urbana en la metrópolis postindustrial: la urBANALización

Teniendo en cuenta todo lo dicho, quizás podamos entender ahora mejor como ciudades con historia y cultura diferentes y localizadas en lugares diversos están produciendo un tipo de paisaje estandarizado y común. Aparece así un tipo de urbanización banal del territorio, en tanto en cuanto los elementos que se conjugan para dar lugar a un paisaje concreto pueden ser repetidos y replicados en lugares muy distantes tanto geográfica como económicamente.
La urbanalizacion se refiere, asi pues, a como el paisaje de la ciudad se tematiza, a como, a la manera de los parques tematicos, fragmentos de ciudades son actualmente reproducidos, replicados, clonados en otras. El paisaje de la ciudad, sometido asi a las reglas de lo urbanal, acaba por no pertenecer ni a la ciudad ni a lo urbano, sino al gobierno del espectaculo y su cadena global de imágenes.
Un proceso en el que las políticas urbanas han proporcionado, en no pocas ocasiones, el marco idóneo para el desarrollo de tales tendencias. Unas políticas vinculadas directa o indirectamente a lo que algunos autores han llamado como el neoliberalismo económico y político o, en palabras del geógrafo Neil Smith, la revancha neoliberal, ( Según Smith, las políticas urbanas de corte neoliberal desarrolladas durante las dos ultimas décadas del siglo XX muestran el auge de un revanchismo contra los avances sociales que las políticas de izquierda, el estado del bienestar y la llamada contracultura habían propiciado en los 60 y 70 tanto en Europa como en Estados Unidos) y que se han caracterizado por la simplificación de los objetivos de la planificación y, auspiciada por esta, la festivalización de las políticas urbanas. El resultado de esta confluencia no ha sido otro que la tematización de lo urbano y de la propia ciudad.

4. La 'festivalización' de las política en las ciudades: el zoco global de imágenes urbanas

Marco Venturi introdujo en 1994 el concepto de festivalización para referirse al desarrollo de políticas urbanas concebidas a partir de la necesidad de un gran evento como la máquina principal para la transformación de la ciudad y la solución de sus problemas. Venturi se interrogaba así sobre el carácter cíclico de unas políticas que habían acompañado a la ciudad desde la época de las grandes ferias de la industria o las exposiciones universales que todavía continúan celebrándose.
Siendo esto cierto, vale la pena plantear, sin embargo, que las políticas urbanas festivalizadas que se han ido sucediendo en ciudades diferentes desde la mitad de los años ochenta presentan un denominador común que las hace claramente contemporáneas y diferentes de los grandes eventos urbanos del siglo XIX y gran parte del siglo XX. Se trata de políticas cuya prioridad absoluta ha sido la participación de la ciudad en unos mercados de producción y consumo que se caracterizan por ser ya globales. Considerando este contexto y esta prioridad, se entiende la necesidad de programas de marketing encargados de crear una imagen urbana capaz de atraer un capital que es global e hipermovil (Harvey, 1993). Una inversión que, a su vez, hará posible la transformación de la ciudad.

Estos programas de imagen urbana representan, de hecho, una inversión en el orden de los factores que participan en el proceso de producción del espacio, en el sentido que la imagen se debe crear antes de que se produzca la propia forma urbana. Los grandes eventos urbanos, como exposiciones universales o Juegos Olímpicos, siempre habían significado la creación de una imagen nueva para la ciudad, una imagen publicitada en la comercialización de los nuevos espacios urbanos (Muñoz, 1997). Sin embargo, este proceso de marketing se desarrollaba después de que el territorio hubiera sido producido o renovado y la imagen atañía a la representación del nuevo escenario resultante del proyecto urbanístico, es decir, a la narración posterior que se hacia de la transformación de la ciudad.

Hoy en día, parece evidente que la imagen se ha convertido en una condición necesaria del proceso mismo de la transformación urbana, hasta tal punto que se puede considerar como el primer elemento necesario para producir ciudad. Eso explica por qué la imagen urbana necesita promoverse y publicitarse antes de que se coloque un solo ladrillo.

Si las ciudades actuales necesitan del marketing urbano es porque la imagen de la ciudad es un factor básico para atraer inversiones y capital. No es esta una cuestión poco importante pues el papel de las políticas urbanas, pero sobre todo de la arquitectura, se va reduciendo en cierta medida a la producción y reproducción de imágenes urbanas. Esta reducción del papel y objetivos permite hablar de políticas urbanas y de una arquitectura espectacularizadas, si tomamos en consideración las dos definiciones de espectáculo sugeridas por Guy Debord en La sociedad del espectáculo: espectáculo como relación entre personas mediada por imágenes y espectáculo como capital que ha sido acumulado hasta tal punto que se ha convertido en imagen.
Amputada de otros contenidos y limitada al mercadeo de las imágenes, la arquitectura aparece así simplificada y reducida a poco más que un anuncio publicitario. Un spot de la ciudad (Crilley, 1993) en el que arquitectos-marca y edificios-logo aseguran el encaje de lo urbano en las reglas del branding. Arquitecturas y ciudades expuestas cual ofertas de ocasión en un gran zoco global de imágenes urbanas.

5. De la producción al consumo: especialización económica y tematización de los centros urbanos

Para encontrar ejemplos de este tipo de transformación de la ciudad basta observar la evolución reciente de las áreas urbanas más centrales. Ante la paulatina perdida de las actividades productivas, anteriormente características de estos entornos, la respuesta, progresivamente generalizada por parte de los gobiernos, ha sido la aceptación acrílica de su conversión en un espacio para usos terciarios diversos. Esto ha sucedido en territorios específicos como áreas históricas y frentes marítimos, espacios urbanos donde el proceso de cambio espacial se ha asociado directamente con la gestión de, en palabras del geógrafo Neil Smith (1996), las fronteras de la gentrificación.
La venta de esta ciudad elitizada, en el fondo, no es más que el resultado lógico de una tendencia estructural en la historia reciente de las ciudades contemporáneas: la progresiva conversión de los centros urbanos en lugares especializados y orientados a la economía de los servicios o al consumo. Son los mismos espacios que, desde el nacimiento de las economías urbanas industriales, se habían caracterizado por ser los lugares de la producción. En muchas ocasiones, la respuesta de las políticas urbanas a este fenómeno ha sido la aceptación tacita de esta transformación de las áreas centrales en espacios para las actividades terciarias. Puertos y frentes marítimos, áreas industriales de primera generación y centros históricos resumen este proceso y muestran claramente cómo ciudades muy diferentes - en términos de volumen poblacional, extensión territorial y posición en los rankings económicos- han experimentado procesos similares de terciarización, a veces selectiva, a veces indiscriminada, del espacio urbano.
Los riesgos que esta reducción de las funciones urbanas, y la consecuente especialización, entrañaban no siempre fueron percibidos de forma crítica por los gestores de las políticas urbanas. En muchos casos, se ha tratado del comienzo de un autentico proceso de tematización de la ciudad. Un concepto que quiero definir como la exportación al territorio urbano de espacialidades y temporalidades características de los contenedores de ocio y consumo especializado, tales como centros comerciales, multicines o parques temáticos. Es decir, la misma lógica que rige los itinerarios en el espacio y el uso del tiempo en estos contenedores comerciales y de ocio se ha exportado a la ciudad real. En este sentido, los lugares tradicionales de la ciudad - los elementos tipológicos como calles y plazas, que han caracterizado históricamente la ciudad compacta - van siendo transformados progresivamente según un modelo de intervención muy similar.

No sólo se reproducen los formatos espaciales y las lógicas temporales de los contenedores sino que se presenta un tipo similar de experiencia urbana estandarizada, muy vinculada a lo que Sharon Zukin llamo ya hace años como la domesticación por capuccino. Unas atmósferas urbanas que, paradójicamente, reproducen o imitan de forma temática la simulación de espacios urbanos que siempre caracterizo el diseño de los contenedores de ocio y consumo.
Para apreciar la importancia de estos procesos, es importante no olvidar que las primeras políticas urbanas de regeneración de centros históricos y de áreas urbanas centrales en Europa concebían el espacio central de la ciudad como un complejo entramado de relaciones urbanas. La diversificación de las actividades económicas y el mantenimiento de las funciones residenciales se habían planteado como herramientas para hacer visibles las posibilidades de la vieja matriz compacta como una forma urbana útil aun en la era postindustrial.
Sin embargo, la mayoría de las experiencias de renovación llevadas a cabo durante los últimos años han provocado justo los resultados opuestos: la especialización económica y funcional, la segregación morfológica de los ambientes urbanos y la tematización del paisaje. Estos tres elementos caracterizan lo que defino como urbanalización.
Incluso en aquellos casos en los que la función residencial se ha mantenido, los espacios centrales e históricos han ido adquiriendo una nueva función a una escala metropolitana, regional y global. Más que una ciudad para ser habitada a diario se configuran como un espacio urbano diseñado para ser visitado intensivamente y a tiempo parcial.

Después de todo lo dicho, se puede decir que la ciudad postindustrial genera un doble flujo en relación con las formas del crecimiento y la transformación urbana:
Por una parte, tiene lugar una producción de islas especializadas dedicadas a la producción o al consumo. Estas islas constituyen un tejido metropolitano de contenedores de diverso orden. Se trata de objetos que jerarquizan el territorio y articulan los flujos de movilidad - de personas, mercancías e información -.
Aparece así una geografía objetualizada cuya lógica no es la de los lugares urbanos sino la de los contenedores mismos y la movilidad que generan. En lugar del tradicional modelo de la mancha de aceite, el territorio metropolitano parece articularse como una secuencia discontinua de manchas de aceite (Nogué, 2003) que corresponden tanto a los agregados de densidad como a los atractores de movilidad. Un urbanismo que propongo llamar como urbanismo de los hubs, o (hub)banismo y que da forma a un territorio donde los espacios que han forjado e inspirado la disciplina urbanística, el urbanismo, durante dos siglos no son ya los únicos que cuentan a la hora de descifrar la cartografía de la centralidad metropolitana: “Pero en su presente encarnación, el viejo centro es exactamente otra pieza en el tablero, una ficha que tiene tal vez el mismo peso que el aeropuerto, el centro médico o el complejo museístico. Todos ellos nadan en un caldo de centros comerciales, hipermercados y almacenes, restaurantes drive-in, naves industriales anónimas, circunvalaciones y áreas de autopista” (Sudjic, 1993).

Por otra parte, los lugares tradicionales de la ciudad, las formas urbanas reconocibles de la ciudad compacta, esas áreas donde elementos tipológicos como calles y plazas articulan un tejido, se han ido convirtiendo también en contenedores y han sido, por tanto, objetualizadas. A pesar de que se mantenga la morfología de la ciudad, las funciones urbanas han cambiado definitivamente y han sido simplificadas de forma temática.
Pocos territorios urbanos pueden ilustrar este escenario mejor que los centros históricos y los frentes marítimos, quizás las áreas que, como se ha sugerido anteriormente, mejor han representado el alcance y consecuencias de la renovación urbana en la ciudad postindustrial (Paradójicamente, estas dos áreas han sido también los espacios más identificados cultural y simbólicamente con una serie de atributos urbanos característicos de la ciudad industrial. La iconografía y la traducción fílmica llevada a cabo por el cine, por ejemplo, siempre han mostrado estos paisajes tipológicos como una síntesis de algunos elementos definidores de la vida urbana: densidad, intensidad, relaciones, conflicto, etc.… Un buen ejemplo de esto, referido a las áreas portuarias, es una película con un título muy significativo, On the Waterfront, de Elia Kazan (1954), donde tanto Marlon Brando como el puerto de Nueva York simbolizan la asociación entre la ciudad y la base económica industrial.)

Sobre los centros históricos, las actuales especializaciones intensivas de tipo turístico y las vinculadas a la amplia galería de usos derivados del consumo cultural dejan en evidencia mecanismos de producción de paisaje en función de las lógicas económicas del turismo global. En el caso de las áreas portuarias y los frentes marítimos o fluviales se plantean procesos de especialización y tematización similares. De hecho, son éstos los territorios donde mejor se pueden observar los mecanismos de reducción de la ciudad a valor de cambio y los procesos de venta de la ciudad. En estos casos, los monocultivos se orientan igualmente hacia el ocio, el entretenimiento y la economía de las franquicias. Así, de la festivalización de la política que Venturi planteaba a comienzos de los noventa se ha llegado a la festivalizacion de la propia ciudad convertida en lugar de y para el espectáculo. Una festivalizacion que no solo se refiere a la dependencia de los eventos urbanos para asegurar la presencia en el zoco global de imágenes del que se habló antes. Además, la ciudad se espectaculariza a través de la transferencia a su espacio concreto de morfologías y elementos de diseño que históricamente habían caracterizado la producción de espacios para el ocio y el consumo. Una interesante paradoja emerge así en el espacio de la ciudad actual.
Después de un siglo en el que parques temáticos y centros comerciales o de ocio han estado imitando la morfología urbana y el tipo de experiencia que se podía vivir en la ciudad real, parece que ahora las ciudades deben recrear, simular y reproducir los escenarios urbanos previamente imitados en esos contenedores de entretenimiento y consumo. A través de este mecanismo, el espacio urbano se convierte en espacio temático, es decir, se decora a partir de un determinado tema, la mayoría de veces relacionado con el pasado de la ciudad y los estilos de vida del pasado. A través de este mecanismo, el espacio de la ciudad pasa a planearse y diseñarse siguiendo los mismos criterios y respetando las mismas reglas que históricamente han definido los espacios temáticos interiores que, desde finales del siglo XIX, fueron proliferando en la ciudad contemporánea. Una vuelta de tuerca mas, así pues, en este itinerario de simplificación progresiva de la ciudad y lo urbano.
Una ciudad hecha de lugares temáticos y objetos arquitectónicos especializados se va así expandiendo, reducida en cuanto a sus atributos y trivializada en cuanto a sus contenidos.

6. UrBANALización: los paisajes del espectáculo

De acuerdo con lo dicho, la aparición de paisajes banales (banalscapes) puede abordarse considerando las dos definiciones de espectáculo sugeridas por Guy Debord en La sociedad del espectáculo y que han inspirado muchos de los comentarios hechos hasta ahora:
En primer lugar, los banalscapes se constituyen como un vehículo para crear 'relaciones entre personas mediadas por imágenes'. De hecho, su multiplicación en las ciudades no muestra otra cosa que la prevalencia absoluta de este tipo especifico de relaciones en las que la imagen es el código común. Como se planteó antes, la extensión de los banalscapes ha sido tan importante que incluso algunos lugares urbanos muy alejados, en principio, de la esfera de lo banal, como el espacio publico, han sido colonizados y han visto reducidas sus funciones de forma que, actualmente, son el lugar privilegiado para este tipo de relaciones mediadas por la imagen.
En segundo lugar, los banalscapes constituyen una clase específica de paisaje que, a pesar de ser ofrecido a los habitantes de la ciudad, ha sido producido para servir a los intereses, requerimientos y necesidades de la economía global, por ejemplo, como algunos de los ejemplos urbanos ya mostrados, del turismo global. Esto significa que el paisaje se configura a sí mismo como 'capital acumulado hasta tal punto que se ha convertido en imagen'. Este es el mecanismo que hace que los resultados finales de la renovación urbana parezcan semejantes a pesar de estar situados en ciudades muy diferentes.

Así, el espacio urbano global no es sólo el territorio de los barrios de negocios, con sus edificios de oficinas y su arquitectura high-tech. Tampoco únicamente el paisaje financiero arquetípico de los centros urbanos especializados. Hoy forma parte de sus dominios un amplio espectro de nuevos territorios: los centros históricos, las viejas áreas industriales que experimentan procesos de renovación, o la amplia galería de espacios portuarios y frentes marítimos renovados. Pero también las áreas naturales o los entornos rurales especializados en acoger el turismo de fin de semana y que funcionan igual que los territorios anteriores como espacios a tiempo parcial

En todos estos territorios comienza a aparecer con autoridad y casi ubicua presencia una clase de paisaje urbano localmente globalizado. Un paisaje en el que la forma urbana histórica y los lenguajes formales de su arquitectura han sido manipulados para que sean fácilmente comprendidos en términos de consumo y frecuentación temporal. Un paisaje que ha sido simplemente intercambiado, esto es, convertido en valor de cambio y transformado, en ese sentido, en un paisaje banal.
Los paisajes urbanales muestran así la nueva naturaleza genérica, multiplicada y a la vez única, que caracteriza el espacio urbano actual. Una naturaleza urbana que únicamente se hace visible a través del espectáculo. Después de un siglo en el que parques temáticos y centros comerciales o de ocio han estado imitando la morfología urbana y el tipo de experiencia que se podía vivir en la ciudad real, parece que ahora las ciudades deben recrear, simular y reproducir los escenarios urbanos previamente imitados en esos contenedores de entretenimiento y consumo. A través de este mecanismo, el espacio urbano se convierte en espacio temático, es decir, se decora a partir de un determinado tema, la mayoría de veces relacionado con el pasado de la ciudad y los estilos de vida del pasado. A través de este mecanismo, el espacio de la ciudad pasa a planearse y diseñarse siguiendo los mismos criterios y respetando las mismas reglas que históricamente han definido los espacios temáticos interiores que, desde finales del siglo XIX, fueron proliferando en la ciudad contemporánea. Una vuelta de tuerca mas, así pues, en este itinerario de simplificación progresiva de la ciudad y lo urbano.

7. La urbanalizacion: 4 nuevos requerimientos urbanos

¿Cuales son entonces las claves que se manejan en esta producción de ciudad y paisaje urbano? ¿Existen algunas constantes, algunas estrategias o metodologías que puedan identificarse en el proceso de urbanalización?
Pienso que existen de hecho una serie de nuevos requerimientos urbanos que acompañan al proceso de urbanalización y que están detrás de la multiplicación de los paisajes urbanales.
La ciudad urbanal se soporta así sobre cuatro elementos cuya presencia, en dosis diferentes, mantiene el proceso de urbanalización:
La imagen como primer factor de la producción de ciudad
La necesidad de condiciones suficientes de seguridad urbana
El consumo del espacio urbano a tiempo parcial con lo que se produce el predominio de comportamientos urbanos vinculados al consumo y a la experiencia del visitante entre lugares más que a la del habitante de un lugar.
La utilización de algunos elementos morfológicos de la ciudad como el espacio público en términos de playas de ocio.

Los comentaremos brevemente uno a uno a continuación...

La imagen como primer factor de la producción de ciudad
Ya se comento antes como la imagen había cambiado su lugar en el proceso de producción de ciudad, dejando de ser algo accesorio o necesario cuando el espacio urbano ya se había transformado para convertirse en la condición sine qua non con la cual garantizar la competencia de la ciudad en el mercado global de capitales.
Hoy en día, muchos más lugares, muchas más ciudades compiten entre sí por atraer los usos económicos más beneficiosos. Y la imagen urbana es un reclamo para ello. Crear una imagen hace posible la atracción de capital que, a su vez, hará posible la transformación física del espacio. Por eso, el diseño urbano es hoy diseño de una imagen para la ciudad, una imagen reconocible, exportable y consumible por habitantes y visitantes, vecinos y turistas. Esto es, una etiqueta, una marca, lo que autores anglosajones como John Hannigan en Fantasy City o Guy Julier, en La cultura del diseño, denominan brand y que determina la brandificación de la ciudad y lo urbano. Un proceso que, llevado al extremo, no significa otra cosa que la conversión de la propia ciudad en una marca.
Es en ese sentido que se plantea una auténtica paradoja que acompaña hoy al marketing y al branding urbano: tras tres décadas buscando aparecer como diferentes a las otras, utilizando la imagen y el diseño como reclamo para resaltar lo propio especifico y resultar así atractivas a la economía global, las ciudades se muestran hoy como el más común, el más banal, de los lugares.

La necesidad de condiciones suficientes de seguridad urbana
El consumo de seguridad forma ya parte actualmente del estilo de vida urbano y, en ese sentido, muestra comportamientos y valores nuevos a tener en cuenta. En su libro Loft Living (1982), la socióloga Sharon Zukin discutía hace años los primeros procesos de gentrificación en Nueva York como dinámicas directamente asociadas a la renovación urbana y al cambio en el estilo de vida de las clases medias locales que empezaba a hacerse evidente a través de pautas de consumo nuevas: de la percepción positiva de vivir downtown al éxito de la nouvelle cuisine, pasando por las renovaciones en naves industriales y antiguos talleres que dieron lugar a los famosos lofts y que tan populares hizo el cine norteamericano de los años ochenta.
Pues bien, el creciente desarrollo de las políticas y condiciones de seguridad asociadas al diseño y el uso de la ciudad son también dinámicas directamente asociadas a cambios en el estilo de vida; sobre todo si se tiene en cuenta como el consumo se ha convertido en una fuente de identificación social. Aparece así un estilo de vida que valora la seguridad en tanto que suma de protección, defensa y vigilancia. Un estilo de vida que quiero llamar como Lock living (Muñoz, 2003) y que valora el uso de paisajes seguros donde poder ejercer el derecho al consumo sin peligro ni inquietud.
Los ambientes lock living son por definición protegidos, defendidos, bajo vigilancia y su uso es un signo de éxito económico, en unos casos, de pertenencia e identificación social, en otros. En consecuencia, el diseño de entornos seguros es un importante elemento para garantizar el valor urbano de los espacios tanto públicos como privados. Es decir, cuanto más segura sea y se presente un área urbana mejor percibida y valorada será por los visitantes o habitantes. Esto puede explicar el altísimo nivel de estandarización que tanto las políticas como los sistemas de
dinámicas directamente asociadas a cambios en el estilo de vida; sobre todo si se tiene en cuenta como el consumo se ha convertido en una fuente de identificación social. Aparece así un estilo de vida que valora la seguridad en tanto que suma de protección, defensa y vigilancia. Un estilo de vida que quiero llamar como Lock living (Muñoz, 2003) y que valora el uso de paisajes seguros donde poder ejercer el derecho al consumo sin peligro ni inquietud.
Los ambientes lock living son por definición protegidos, defendidos, bajo vigilancia y su uso es un signo de éxito económico, en unos casos, de pertenencia e identificación social, en otros. En consecuencia, el diseño de entornos seguros es un importante elemento para garantizar el valor urbano de los espacios tanto públicos como privados. Es decir, cuanto más segura sea y se presente un área urbana mejor percibida y valorada será por los visitantes o habitantes. Esto puede explicar el altísimo nivel de estandarización que tanto las políticas como los sistemas de seguridad están alcanzando actualmente en la ciudad hasta el punto de ser una constante en espacios urbanos diferentes.

El consumo del espacio urbano a tiempo parcial
De igual manera que el espacio que se habita configura una ciudad real hecha de fragmentos de territorio donde se vive, se trabaja o se visitan lugares, el sentimiento del lugar también puede definirse como una suma de fragmentos, una suma de tiempos urbanos que revelan un tipo especial de interacción entre individuo y territorio caracterizada por algunos elementos.
Esta relación individuo-espacio seria:
Independiente de límites legales o administrativos
Desconectada de las características vernáculas locales, relativas tanto al espacio físico como al social, que normalmente se consideran a la hora de definir un lugar.
Desvinculada del sustrato cultural común que, normalmente, se considera que amalgama una comunidad; y
Descomprometida respecto a los contenidos urbanos que tradicionalmente caracterizan la ciudad como un espacio para ser habitado.

En este contexto de uso temporal del territorio definido por el tiempo parcial el uso mixto que los territoriantes hacen de lugares y no-lugares, de la ciudad y el campo, de la cultura local y la global define una nueva manera de habitar el espacio metropolitano. Un ejemplo muy claro de todo lo dicho son los espacios múltiplex en continuo crecimiento. A diferencia de las salas de cine tradicionales los cines multisala, llamados múltiplex o megaplex en función de su tamaño y número de espacios de proyección, han experimentado una notable expansión en los últimos años. Los múltiplex constituyen un territorio nuevo que participa de la lógica de los flujos y se configuran, de hecho, como una parte esencial de las cartografías de la movilidad metropolitana. Son grandes atractores de desplazamientos que estiran y atraen hacia sí los arcos temporales de movilidad de los habitantes metropolitanos, que se definen cada vez más por ser habitantes entre lugares. Los espacios múltiplex dan así forma a la cartografía del ocio temporal y del fin de semana; una cartografía del consumo de espacio a tiempo parcial, hecha de lugares y momentos caracterizados por la multiplicidad y la flexibilidad; lugares y momentos múltiplex.

La utilización de algunos elementos morfológicos de la ciudad, como el espacio público, en términos de playas de ocio
La orientación hacia el consumo de la ciudad ha tenido en el espacio publico su lugar privilegiado y, en ese sentido, se han producido cambios importantes que afectan a todas aquellas definiciones previas que, desde la sociología a la arquitectura habían considerado el espacio público por contraposición al espacio privado y, en ese sentido, dotado de un carácter diferente al de los espacios habitados, construidos y bajo control de la propiedad individual. Sin embargo, los procesos de cambio en la ciudad y en la vida urbana relacionados con la urbanalización no han dejado los espacios públicos al margen de su influencia. Antes al contrario, en tanto que parte especialmente significativa de la ciudad, los espacios públicos se han visto directamente afectados por tendencias que han cambiado de manera radical su carácter, su morfología y su función. La lista de transformaciones sería amplia pero pueden agruparse en cambios que han afectado al uso del espacio público por parte de las poblaciones urbanas y transformaciones que se refieren más al papel que este tipo de lugares tienen de forma creciente en unas ciudades muy orientadas hacia las actividades de ocio, consumo y entretenimiento.
Es esta una tendencia que se confirma cuando se observa como, en algunos contextos urbanos, la diversidad propia del espacio público, es, en realidad, un elemento esencial de procesos intensivos de gentrificación y de compra-venta de ciudad que van especializando el espacio. Plazas, calles o incluso barrios enteros, con sus respectivos espacios públicos convertidos en lugares privilegiados de paso y estancia temática, ofrecen dosis de diversidad y cosmopolitanismo a partir de elementos pertenecientes al ámbito de la cultura local, muy vinculada al uso de los espacios públicos. Una secuencia de espacios, de imágenes urbanas, presentes a modo de souvenirs de diversidad cultural, dispuestos en el espacio urbano, en el espacio público, para el consumo visual y temático de los visitantes. Diversidades a la carta, mestizajes de capuccino y humus que muestran como el espacio público en las ciudades ha comenzado ya a estar compuesto por una cadena de lugares claramente configurados como nichos de espectáculo. Retomando así el concepto de Guy Debord explicado anteriormente, los espacios públicos habrían sido reducidos en su complejidad y se muestran como los lugares seleccionados para la exposición de imágenes, los lugares por excelencia donde las relaciones entre personas mediatizadas por la imagen adquieren patente de universalidad.

Los cuatro requerimientos que soportan la urbanalización muestran claramente los niveles de estandarización que lo urbanal significa para la ciudad. Los cuatro delimitan claramente cómo y cuando el uso y la apropiación de territorio tienen lugar y como es el paisaje que acoge este proceso.

Los espacios urbanos son así habitados como productos servidos en porciones, como pasa con el champú en los hoteles, los quesitos que se venden en el supermercado o las porciones de mantequilla que se sirven como entrante en los restaurantes:
“The charm of travelling is everywhere I go, tiny life. I go to the hotel, tiny soap, tiny shampoos, single-serving butter, tiny mouthwash and single-use toothbrush. Fold into the standard aeroplane seat. You're a giant. The problem is your shoulders are too big. Your Alice in Wonderland legs are all of a sudden miles so long they touch the feet of the person in front. Dinner arrives, a miniature do-it-yourself Chicken Cordon Bleu hobby kit, sort of a put-it-together project to keep you busy…. Hotel time, restaurant food. Everywhere I go, I make tiny friendships with people sitting beside me….”Chuck Palahniuk, Fight Club
Porciones de naturaleza, fragmentos de paisaje histórico servidos en dosis individuales, trocitos bien presentados y decorados de paisaje rural, etc. De acuerdo con la apropiación del espacio que caracteriza a las actuales poblaciones metropolitanas, estos territorios en porciones son mucho más imágenes previamente consumidas y apropiadas in situ que lugares propiamente dichos. Es decir, son espacios percibidos, consumidos y apropiados mucho más como un souvenir del lugar, o incluso del pasado del lugar, que no como lugares en sí mismos, en tanto en cuanto no son ya la traducción física de los requerimientos o fundamentos tradicionalmente considerados cuando se responde a la pregunta: ¿qué es un lugar? Aquellos que se refieren a la existencia de una cultura local; una comunidad de habitantes; una identidad vernácula; o una historia común compartida.
Estos son los paisajes de la urbanalización, espacios temáticos que alimentan continuamente el flujo de imágenes sin lugar propio que da forma a lo urbanal. A través de ellos, lo complejo y diferente que hace diversos lugares y territorios se vuelve comparable y estandarizado, pero, sobre todo, fácil y comprensible sin mayor esfuerzo. La urbanalización, por tanto, no significa la homogeneización de los espacios urbanos, de las ciudades, sino más bien, y por encima de todo, el dominio absoluto de lo común.




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Biodiversidad urbana contra la ciudad indiferente / C. Hernández Pezzi

Biodiversidad urbana contra la ciudad indiferente
Carlos Hernández Pezzi.

La ciudad es hoy, más que nunca en la historia, un ámbito de libertad en el que todos tenemos que ser aprendices de los caminos de la emancipación de ideas y pre-juicios del pasado y de tecnologías que cam-biarán nuestro futuro si asumimos el riesgo del conocimiento, que implica siempre la soledad del explorador y la satisfacción del reencuentro de identidades cruzadas.

La ciudad del siglo XXI es el encuentro de todo lo malo y lo bueno del siglo XX. El desarraigo de la naturaleza, la violencia, la pobreza y la guerra han tenido su marco en las ciudades y es aquí donde se libran las batallas por la humanidad, la tolerancia, la vida y la cultura. La ciudad genérica o indiferente es la ciudad de los milagros. La real existe, mal que bien, por encima de ella. Y es una mezcla de estra-tos públicos y privados, de capas activas, de derechos y deberes. La ciudad diferente es la que representa las señas de pertenencia e identidad frente al modelo de la ciudad “gené-rica”, indiferenciada o anónima, donde toda la ciudadanía se engloba en un sujeto colectivo indiferenciado y en un espacio sin atributos, sin sexo, sin género, neutra y aséptica.

En esta ciudad de la identidad y la diferen-cia, ya no basta la perspectiva de género, la diversidad de orientaciones sexuales y las preferencias por las formas emancipadas de vida en plena libertad. Se trata de la defensa de una estrategia de valores urbanos, que son derechos y deberes de una nueva ciudadanía emergente, y no tanto de las ofertas de mercado en las que nos hemos sumido con tanta complacencia y corrección política. Las “ofertas de ciudades”, el “city marketing” y la competencia desaforada entre ciudades han tenido su ciclo y ahora, se precisan otras cosas, otras ideas, otros modos de pensar la ciudad.

Identidades variables de nuevas geometrías

La economía y la sociedad que cambian a identidades variables de nuevas geometrías, necesitan nuevos espacios de oportunidad y nuevos tiempos vitales. El lugar cuenta todavía, pero cuenta en función de movilidades nuevas y de posiciones que cambian, de ritmos y tiempos que se miden de otra manera. Berlín o Madrid emergen de una constante redistribución de espacios y tiempos; de un reparto -constantemente de-sequilibrado por las tensiones del mercado- a un reparto basado en la cohesión social y la justicia. El lugar es un espacio de mezcla en el que asociamos identidades y diferen-cias en lo colectivo y mantenemos nuestros espacios de individualidad y soledad. El espacio público es la forma de compartir por excelencia y la ciudad es el espacio de la red pública de intercambios en la que nos ponemos en común con otros seres humanos. El espacio público físico y virtual (en las redes) de las ciudades es el escenario de las batallas emanci-padoras de los seres humanos, donde se mide la igualdad de oportunidades para disfrutar del tiempo y del espacio. Pero la ciudad no solo es espacio público, es un espacio de transferencia entre lo privado y lo público, entre ecosistemas naturales y medio ambiente urbano, entre identidad propia y anonimato colectivo.

Según Jordi Borja -“La ciudad conquistada”, Alianza Ensayo, Madrid 2003-, “la ciudadanía es una conquista cotidiana”, pero la ciudad es un espacio colectivo más que un territorio de con-quista. Los derechos no sólo se alcanzan, sino que se establecen en la ciudad, mediante un equilibrio entre la memoria del presente y me-moria del futuro. La ciudad es un espacio de democracia en el que se comparten derechos y deberes que se promueven y reparten mediante acuerdos sociales, cultura y valores de justicia, igualdad y libertad.

Compartir la riqueza generada entre todos para aumentar el conocimiento y revertirlo en calidad de vida comunitaria es la primera prioridad de la nueva sociedad y, por tanto, de sus ciudades y capitales de mayor importancia. Ciudades solida-rias, ciudades hermanas, territorios urbanos del conocimiento y la tolerancia son los objetivos alcanzables de la emancipación humana y son el territorio frágil de la preservación del planeta en el que tenemos que plantear las políticas de igualdad. Las ofertas de oportunidades son ofer-tas de riesgos y no programas de subvenciones. Riesgos para quienes las promueven y riesgos para quienes acceden a ellas, pues todo conoci-miento pone al ser humano en el riesgo de ser libre y con ello en el de enfrentarse al mundo con plena conciencia de su “yo” y de las limitaciones de la libertad de su “yo” en lo social.

El “yo” personalizado frente a la masa genérica son una alternativa frente a la ciudad genérica, que no diferencia ni identifica ciudadanas y ciu-dadanos y trata a todos como sujetos objetivados e universales en vez de individuos subjetivos y específicos con derechos y deberes comunitarios.

Los sujetos protagonistas ya no son los mismos: su indiferenciación constituye un atentado contra sus derechos de igualdad. Y sus derechos a la igualdad vienen protegidos y limitados por el respeto a los de mucha gente que depende de ellos en otras ciudades y partes del mundo, tan lejanas y diversas como se quiera. En ese sen-tido, la perspectiva de género es un anticipo de políticas transversales, estructurales y el paso de los derechos simples a los derechos complejos es un paso hacia la sencilla evidencia de que el de-recho sencillo es más universal e igualitario que ninguno, por muy compleja que sea su materia-lización. La ciudad homosexual comparte un espacio de conflicto con la ciudad heterosexual, en la que los derechos complejos son una alter-nativa a la posición dominante de sectores privi-legiados históricamente.

Hoy es más sencillo entender el valor de la ciudadanía como un microcosmos diverso en el que las preferencias y perfiles definen individuos diferentes, -que reclaman soluciones distintas - a pretender unificar por clases, segmentos, eda-des, barrios, tipologías de mezclas jerarquizadas según la visión totémica de lo patriarcal.


Vasos comunicantes de la ciudadanía

Compartir la ciudad es disponer de accesos iguales, igual movilidad, equilibrados beneficios de renta y las mismas facilidades de formación, empleo, salud, alojamiento y cuidado. La ciudad crece en todos estos recintos de igual-dad y en otros tantos de bloqueo, desequilibrio e intolerancia. La forma de conseguir que la ciudad se construya de forma duradera por una ciuda-danía responsable es abrir sus vasos comunican-tes y establecer flujos de doble dirección entre todos sus grupos de habitar, de vivir y de pensar, para que todos puedan conocer, fluir y gozar del patrimonio que la historia ha otorgado al espacio de emancipación de la humanidad que son las urbes contemporáneas.

Las ciudades son mucho más jóvenes, dinámicas y transformadoras de lo que nos pueda parecer. Y no solo las más publicitadas como Seattle o Miami, sino Santiago de Compostela o Girona, Sevilla o Valencia. Hay ciudades que no excluyen sino com-parten territorios de la sociedad de flujos y el com-plejo de redes que enmarca el nuevo territorio de países y regiones y polariza nodos mediáticos. Y lo hacen responsablemente.

En el espacio virtual y en ciudades y sistemas de ciudades muchas de ellas están posicionadas en torno a valores de innovación y aportan indicadores de modernidad. De una modernidad basada en nuevos supuestos, nuevos valores, nuevos sujetos y nuevos modelos. Por eso los ciudadanos no po-demos descuidarnos o confundirnos con los discur-sos arcaizantes, el pesimismo o el énfasis en lo local, sin arriesgarnos a ser superados por otras realidades que conviven junto a lo viejo, aunque se vean menos. Ni tampoco en discursos equidistan-tes, bienintencionados y universales que acaben por homogeneizar e indiferenciar los problemas y las soluciones. Muchas alternativas son saludables en unos sitios y nocivas en otros. La ciudad indife-rente o genérica engulle todo con recetas clónicas y separadas de cada ciudadanía específica

La estrategia de modernidad consiste en concebir las ciudades como una parte del espacio de flujos, que necesita también de una cierta fluidez que no le ofrece ya la antigua visión del urbanismo. El urbanismo no es hoy ni la solución ni el problema, sino la manera vieja de ver las cosas, el territorio de lo construido, más que el territorio de lo que está por innovar, que es el territorio de lo social.

Muchas veces, los conflictos vienen de decidir cómo crecer para convivir de una forma sostenible con un proyecto de ciudad que es a la vez una Agenda de programas y plazos, de compromisos y pactos, de innovación y tradición. Una ciudad física, pero también virtual, dónde no sólo han de ofrecerse ca-lles, plazas y equipamientos, sino esperanzas ilusio-nes y utopías de riqueza moral, cohesión social, igualdad en la formación del capital organizativo, humano y tecnológico en torno a un modelo terri-torial y ambiental sostenible. Es decir en un proceso de ósmosis de los entornos humanos y ambientales con las formas de cohesión, participación y gober-nabilidad sociales avanzadas.
El cambio producido con la aparición de los nuevos sujetos sociales que articulan el proyecto de ciudad tiene que ver con las nuevas dimen-siones que se engloban en el bagaje de esos nue-vos sujetos. Bajo la nueva perspectiva, los valo-res de la orientación sexual propia y los valores específicos de una modernidad avanzada e inclu-yente necesitan del respaldo de los grupos, co-lectivos o tribus urbanas que tienen necesidades específicas y sensibilidades especiales. Lo exclu-yente es la generalización que aparta sujetos del proceso de cambio urbano.

Dentro de un escenario cambiante

La solución, las soluciones en plural, están en el empeño por hacer ciudades bajo nuevas miradas dentro de un escenario cambian-te de nuevos retos urbanos y ambientales; del pacto por el desarrollo equilibrado y repartido. Ese pacto social que apuesta sobre todo por la cultura y la calidad de la convivencia está alentado por la igualdad de oportunidades que defienden de forma diferente las ciudades más avanzadas y por la innovación en las formas de acceso al conocimiento. Igualdad hoy es capacidad de acceso, como ha definido a nuestra era Jeremy Rifkin, pero los accesos son distintos -aunque los derechos sean iguales-, en función de las condiciones de partida. Gays y lesbianas parten de sitios distintos y tienen necesidades sociales en la metrópoli que no son iguales, ge-néricas, sino diferenciadas y singulares aunque afecten a muchos ciudadanos y ciudadanas.

Lejos del viejo desarrollismo de los ámbitos segregados y las usos sin mezclar, del boom inmobiliario y del espejismo turístico, las aglo-meraciones urbanas, para poder desarrollar la pléyade de nuevas oportunidades, además de planes económicos, estratégicos y sociales nece-sitan estatus y corazones políticos de áreas metropolitanas reales, con poderes encabezados por el liderazgo de las ciudades cabecera –espacios colectivos de democracia- para hacer frente a sueños colectivos de futuro como la igualdad, la educación, la urbanidad, la convi-vencia en paz y la cultura. Los sujetos de ese cambio no se miden por un solo patrón. Son muchos los escenarios y los condicionantes de muchos patrones de conducta urbana. Cuanto más se garantice la mezcla y la convivencia urbana de patrones distintos, más rica será la ciudad en esos valores universales; y más influyente y atractivo su futuro.

Las áreas de la periferia y el centro, intercambian-do papeles, son el espacio dinámico donde se ins-criben las redes. Los espacios metropolitanos nece-sitan concentrar su ciudad compacta y a la vez di-fundir su espacio de flujos a un territorio por con-quistar, esparciendo sus valores ambientales, sus recursos humanos y vitales y rescatando el patri-monio histórico y natural que aún se tiene en el baúl de los recuerdos, para ponerlo al frente de una nueva identidad. Pero la conquista es de identida-des plurales. En la identidad está el perfil genético de la persona, su ADN de perspectivas y elecciones.

Por eso no hay que confundir la red con el todo y los nodos con las partes, como aparentan algu-nos analistas que desprecian lo real en menos-cabo de lo virtual y lo tecnológico. Más allá de lo que afirma Manuel Castells conviviremos dual-mente con categorías físicas y espaciales de las dos categorías tangibles e intangibles. La ciudad indiferente es una construcción teórica y una teo-ría virtual, predominante en formas de pensa-miento que tienen ya los días contados. La ciudad identitaria se basa en la destrucción del modelo patriarcal y en la incorporación del modelo de bio-diversidad humana y urbana que surge de la visi-bilización de los nuevos actores sociales, protago-nistas de un mundo sin complejos, abierto a todas las orientaciones de libertad sexual y personal.


Defender la identidad e identidades europeas

Esto es así en España y en Europa, en la economía global, no es otra cosa que cosmo-politismo frente a localismo, identidad universal frente a agravio, competitividad global y riesgo frente a subvención y clientelismo. La Carta Europea de Salvaguarda de los Derechos en la Ciudad es una muestra de la superación de con-flictos locales en una visión integrada de los pro-blemas, pero mediante la concreción e identidad de las soluciones para cada sitio.

La identidad está mucho más cerca de los valores e innovación de las redes tecnológicas, de la formación de capital humano y de la nueva empresa. Está más ligada de lo que muchos creen en torno a los valores medioambientales y ecológicos modernos, a la red de nuevos flujos de transporte de información y comunicaciones; se rige mucho más que antes por la puesta al día de símbolos culturales de tolerancia y de varia-bles comunitarias de calidad de vida.

Por eso la vida en la innovación social, cultural y económica es el objetivo mítico más sugestivo que se puede ofrecer hoy a los ciudadanos y ciudada-nas, aunque eso no coincida con la opinión de gentes sin discurso. La ciudad de la era digital ha de contener servicios igual de avanzados que los servicios virtualmente ofrecidos por la red. Esto quiere decir, accesibilidad, movilidad, igualdad, vinculación, reciclaje, información activa y demo-cratización de todos los servicios a todos los pun-tos de cualquier red de las ciudades españolas y europeas.

Y esto vale para mujeres y hombres, para emigrantes y locales, para jóvenes y parados: El retrato de la pobreza tiene un nuevo rostro, que es el de la mujer emigrada, poco formada, madre y desempleada. El de la exclusión puede tener mu-chos rostros. La exclusión activa o tácita, por mo-tivos de orientación o preferencia sexual es una la-cra indefendible, como la construcción de barreras urbanas. Dejar sin acceso a colectivos por razón de su homosexualidad o sus preferen-cias sexuales es un atentado contra la democra-cia urbana. Más democracia, más Europa, más transferencia de las redes a los modos de hacer cotidianos en transporte, habitación, cultura o empleo han de cambiar esta situación y hacer plural lo que ahora es singular en el discurso monocorde de minorías /mayorías, tercamente obsoleto.
El objetivo de imbricarse los cables, las redes, las fibras, los flujos, los sistemas compartidos, la información, el capital emprendedor, la economía social, el reto tecnológico y sus correlatos culturales y ambientales son lo que reclaman las ciudadanías en todas partes. Nos sentimos más vertebrados y cohesionados en la sociedad de la información que en la mediatización de las inver-siones compensatorias. Y nos sentimos más vertebrados en las ciudadanías diversas que en aquellas que parecen indiferenciadas.

Vertebrar la identidad con la diferencia, esa parece ser la ventaja de la ciudad con perfil propio frente al modelo único, genérico y clónico.


Oportunismo y oportunidad

Los proyectos políticamente correctos de igualar las ciudades de forma mecánica, de sumar equipamientos bajo los raseros de mínimos admisibles, deben dar paso a mapas activos de un territorio sin límite (que se salga de lo ciudadano hacia la ciudadanía abierta, de la ciudad clásica a la ciudad-región, que se salga de lo metropolitano hacia la ciudad-red, que se sal-ga del ámbito subregional hacia lo europeo) des-de el que abarcar los espacios de oportunidad. Mapas que no se crean sagrados, planes que no se crean salvadores, urbanismos que no estén viciados por la promesa aislada de reconstruc-ción del espacio físico, son a convocar a todas las fuerzas que levantan el nuevo espacio social co-rresponsable y comprometido con el individuo a través del respeto a la comunidad. Mapas del respeto al individuo polivalente, multidimensio-nal, mestizo, mezcla de muchas identidades e identidad múltiple, al fin y al cabo.

Ese universo de individuos y redes es un con-junto de planos tridimensionales (quizá tan mul-tidimensionales como el volumen de la nueva geometría de flujos) sobre las dos dimensiones principales de la ciudad contemporánea, espacio y tiempo. Activar los recursos espaciales y tem-porales y ponerles umbrales de crecimiento y de tamaño, de forma que el vuelo de una acción lo-cal no hipoteque la solución global y, al contrario, lo global permita la vida local de las minorías, los discapacitados los inmigrantes, los individuos, en fin, uno a uno, tomados de uno a uno. Tal ha de ser el objetivo de las nuevas políticas urbanas: una arquitectura de lo social que confluya hacia espacios accesibles desde el punto de vista polí-tico, económico y cultural, y los haga permeables al individuo y al grupo. Que active grupos e individuos como sujetos sociales variables.

Un plano activo en el que se inserten mallas superpuestas, retículas emergentes, hitos fijos y móviles, corrientes, turbulencias y estructuras creadoras de energía. Y todas ellas están forma-das por personas, grupos de interés y nuevos actores sociales. En la que se detallen los cursos de los recursos renovables, de los espacios trans-formables, de los tejidos regenerables, de lo intereses conciliables, pero recursos humanos, espacios humanos, tejidos humanos, legítimos intereses humanos. Un plano activo de las ten-siones y los conflictos, de las sinergias y empa-tías, de las variables que se relacionan hacia dentro de la ciudad y hacia su entorno exterior, de lo que se influyen las periferias y el centro en los movimientos socioeconómicos de las ciudada-nías emergentes. Ciudadanías de lo sensible y la sensibilidad, ciudadanías de la diferente identi-dad, ciudadanías de nuevas aspiraciones, orien-taciones y valores nuevos.

Un plano de territorios personales y urbanos con y sin proyecto. Un plano activo en el que la ciudadanía lance destellos de luz sobre los lugares en sombra, donde se destaquen las voluntades y estrategias que han de conectarse a las corrientes de innovación. Un plano que distinga entre lo que debe enmarcar y focalizar la iniciativa pública y lo que debe ser hecho por la iniciativa privada. Un plano activo de realidades que contenga valores, actitudes y defienda dere-chos, obligue a deberes y señale fehaciente-mente un horizonte de nueva urbanidad. La educación democrática de la ciudad que iguale a los ciudadanos ante la ley en el espacio físico, en el tiempo, en la vida comunitaria, en la felicidad de disfrutar una ciudad saludable.

Un plano activo de planes y estrategias superpuestas a una agenda de tiempos-espacios-accesos, a una malla de proyectos, a una retícula de sujetos y colectivos emprende-dores, a un horizonte de individuos prendidos en el respeto a la comunidad. Así es el mapa de ne-cesidades que demandamos a las nuevas estra-tegias territoriales. El mapa no es el territorio, el plan general no es el único recurso, la ciudad no es un único programa. El territorio es un proyec-to colectivo de ciudades activadas por planos inteligentes para la construcción de futuros plu-rales. Universos en los que las tres dimensiones están contenidas en los planos de justicia e igual-dad y se multiplican en variables multidimen-sionales. Ese es el reto del desarrollo sostenible en las ciudades. El territorio indiferente es el territorio de la resignación.


Calidad urbana y ciudad diferente: la innovación

Ciudad diferente será aquella que consiga no solo asignar usos e intensidades, clasificar suelos o señalar áreas y criterios de desarrollo, activando planos de conocimiento del entorno para favorecer procesos de mejora del entorno humano y natural. Aumentando la cali-dad urbana, aplicando las nuevas tecnologías aplicadas al territorio físico, innovando sobre todo en aquellas que no separen el concepto de tecnología de las necesidades sociales de cohesión y de vida que faciliten movilidad iguali-taria, calidad urbana, mejora de la formación y el empleo, alojamiento y protección de la salud.

España y Europa, tienen en la tecnología del conocimiento, en la mejora de su patrimonio vital y en desafío del medio ambiente las tres pro-puestas que más pueden proyectar un liderazgo comunitario y vertebrador. Innovar en los tres campos significa innovar en los valores y aplicar tecnologías avanzadas a la creación de nuevos espacios de oportunidad y calidad de vida a sujetos con nombres y apellidos.

Esto es, quizá, lo opuesto a atribuir a la tecnología la condición de una nueva maquinaria, porque significa utilizar un lenguaje esencial del nuevo conocimiento. Usar la tecnología como una codificación de nuevas facilidades instru-mentales en la vida cotidiana para el acceso a la igualdad. Todo lo contrario de propuestas cerra-das revestidas de falsa modernidad tecnológica.

Un liderazgo ciudadano y una gobernabilidad transversal muy lejos del localismo y muy cerca de lo global. No se trata de un tranversalismo de metáforas genéricas, sino una política activa contra la indiferencia y la indiferenciación genérica. Un territorio que la propia comunidad selecciona y controla para transferir conocimien-to entre unos y otros. Una acción contra la ciudad genérica asumida con resignación, estableciendo corrientes de intercambio que empapen las mallas de desarrollos en igualdad de condiciones y oportunidades. Una acción que asigne recursos permeables al capital físico, humano y social para dar cobertura a nuevos proyectos emancipadores y a los grupos con mayor capacidad emancipadora, innovadora. De esos grupos no se puede hablar en general, indiferenciadamente,

Esa estrategia no es tanto un proceso de conquista, como de firme convencimiento y per-suasión hacia una ciudadanía de valores, que de-fienda la diferencia frente a la homogeneidad, que articule las identidades desde lo sencillo: Dice Jaime Lerner, actual Presidente de la Unión Inte-rnacional de Arquitectos, que existen demasiados “vendedores de complejidad”. Lo “complejo” así entendido como “mercancía” es una fórmula para evitar la sencilla realidad de que la ciudad es un espacio colectivo de democracia y eso significa deberes y derechos compartidos, en mayor pro-porción que mercado y competitividad a secas.

Además, “indiferente” significa “no determinado por sí a una cosa más que a otra” o “que no im-porta que se haga de una o de otra forma”, y también quiere decir, según las acepciones del Diccionario de la RAE ”que no despierta interés o afecto”. Las ciudades indiferentes son aquellas que por su estructura no determinan a una cosa más que a otra, en las que no importa que una cosa se haga de una manera u otra y que no des-pierte interés o afecto hacia y desde sus ciudada-nos, o entre y por sus gobiernos locales. Ninguna de estas indiferencias facilita la igualdad, pues el ser humano necesita de las tres para sentirse parte de un sitio, de un barrio, de una urbe, del planeta. Pero tampoco las formas de “venderse” las ciudades ayudan a entender nuevos horizon-tes de convivencia diversa dentro de una ciudad y de ciudades entre sí.

Aunque interese a todos, sin lugar a dudas, las mujeres, -en sus ilimitadas individualidades emancipadoras, por sus formas de determinar lo importante, de hacer las cosas de determinadas maneras (sobre todo en relación con el urbanismo y el medio ambiente): Las mujeres son capaces de demostrar interés y afecto por la humanidad y los problemas de la preservación de la vida, son las más interesadas en compartir las nuevas ciudades del siglo XXI, mediante una comprensión mucho más consciente de los um-brales de tamaño, infraestructuras y valores que precisamos desde la ciudadanía responsable con la paz, la humanidad y la naturaleza. Pero no solo a las mujeres, los homosexuales y lesbia-nas, los grupos específicos diferentes que pug-nan por su plena visibilización y protagonismo en el escenario del futuro.

Contra la indiferencia de las ciudades, los colectivos singulares hacen más por la acepta-ción de la identidad de cada uno y la diferencia entre todos. Ulrich Beck, ha sentenciado recien-temente el final de “los otros”. La otroridad es hoy la crónica de una muerte anunciada, pues “el otro” solo es quien convive dentro de uno mismo en una identidad múltiple que incluye todo el ser. Los otros yoes que son nuestro ser, son quienes más consecuentemente se oponen -mediante la identidad- propia a la pretensión antimoderna de seguir construyendo obstinadamente la ciudad genérica del patriarcado burgués.

Málaga, 14 de Febrero de 2005.

Los espacios otros / M. Foucault

Los espacios otros
Michel Foucault

«Des espaces autres», conferencia pronunciada en el Centre d’Études architecturales el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n° 5, octubre 1984, págs. 46-49. Traducción al español por Luis Gayo Pérez Bueno, publicada en revista Astrágalo, n° 7, septiembre de 1997.

Una reflexión sobre espacios donde las funciones y las percepciones se desvían en relación con los lugares comunes donde la vida humana se desarrolla

Nadie ignora que la gran obsesión del siglo xix, su idea fija, fue la historia: ya como desarrollo y fin, crisis y ciclo, acumulación del pasado, sobrecarga de muertos o enfriamiento amenazante del mundo. El siglo xix encontró en el segundo principio de la termodinámica el grueso de sus recursos mitológicos. Nuestra época sería más bien la época del espacio. Vivimos en el tiempo de la simultaneidad, de la yuxtaposición, de la proximidad y la distancia, de la contigüidad, de la dispersión. Vivimos en un tiempo en que el mundo se experimenta menos como vida que se desarrolla a través del tiempo que como una red que comunica puntos y enreda su malla. Podría decirse acaso que las disputas ideológicas que animan las polémicas actuales se verifican entre los descendientes devotos del tiempo y los empedernidos habitantes del espacio. El estructuralismo, o al menos lo que se agrupa bajo esa rúbrica un tanto genérica, consiste en el esfuerzo para establecer, entre elementos que a lo largo del tiempo han podido estar desperdigados, un conjunto de relaciones que los haga aparecer como una especie de configuración; y con esto no se trata tanto de negar el tiempo, no; es un modo determinado de abordar lo que se denomina tiempo y lo que se denomina historia.
No podemos dejar de señalar no obstante que el espacio que se nos descubre hoy en el horizonte de nuestras inquietudes, teorías, sistemas no es una innovación; el espacio, en la experiencia occidental, tiene una historia, y no cabe ignorar por más tiempo este fatal entrecruzamiento del tiempo con el espacio. Para bosquejar aunque sea burdamente esta historia del espacio podríamos decir que en la Edad Media era un conjunto jerarquizado de lugares: lugares sagrados y profanos, lugares resguardados y lugares, por el contrario, abiertos, sin defensa, lugares urbanos y lugares rurales (dispuestos para la vida efectiva de los humanos); la teoría cosmológica distinguía entre lugares supracelestes, en oposición a los celestes; y lugares celestes opuestos a su vez a los terrestres; había lugares en los que los objetos se encontraban situados porque habían sido desplazados a pura fuerza, y luego lugares, por el contrario, en que los objetos encontraban su emplazamiento y su sitio naturales. Toda esta jerarquía, esta oposición, esta superposición de lugares constituía lo que cabría llamar groseramente el espacio medieval, un espacio de localización.
La apertura de este espacio de localización vino de la mano de Galileo, pues el verdadero escándalo de la obra de Galileo no fue tanto el haber descubierto, el haber redescubierto, más bien, que la Tierra giraba alrededor del Sol, sino el haber erigido un espacio infinito, e infinitamente abierto. de tal modo que el espacio de la Edad Media se encontraba de algún modo como disuelto, el lugar de una cosa no era sino un punto en su movimiento, tanto como el repose de una cosa no era sino un movimiento indefinidamente ralentizado. En otras palabras, desde Galileo, desde el siglo xviii, la extensión sustituye a la localización.

Espacio de ubicación


En la actualidad, la ubicación ha sustituido a la extensión, que a su vez sustituyó a la localización. La ubicación se define por las relaciones de vecindad entre puntos o elementos; formalmente, puede describirse como series, árboles, cuadrículas.

Por otro lado, es conocida la importancia de los problemas de ubicación en la técnica contemporánea: almacenamiento de la información o de los resultados parciales de un cálculo en la memoria de una máquina, circulación de elementos discrecionales, de salida aleatoria (caso de los automóviles y hasta de los sonidos en una línea telefónica), marcación de elementos, señalados o cifrados, en el interior de un conjunto ya repetido al azar, ya ordenado dentro de una clasificación unívoca o según una clasificación plurívoca, etc.

Más en concreto, el problema del lugar o de la ubicación se plantea para los humanos en términos de demografía; y este último problema de la ubicación humana no consiste simplemente en resolver la cuestión de habrá bastante espacio para la especie humana en el mundo —problema, por lo demás, de suma importancia—, sino también en determinar qué relaciones de vecindad, qué clase de almacenamiento, de circulación, de marcación, de clasificación de los elementos humanos debe ser considerada preferentemente en tal o cual situación para alcanzar tal o cual fin. Vivimos en una época en la que espacio se nos ofrece bajo la forma de relaciones de ubicación.

Sea como fuere, tengo para mí que la inquietud actual se suscita fundamentalmente en relación con el espacio, mucho más que en relación con el tiempo; el tiempo no aparece probablemente más que como uno de los juegos de distribución posibles entre los elementos que se reparten en el espacio.

Ahora bien, pese a todas las técnicas que lo delimitan, pese a todas las redes de saber que permiten definirlo o formalizarlo, el espacio contemporáneo no está todavía completamente desacralizado —a diferencia sin duda del tiempo, que sí lo fue en el siglo xix—. Es verdad que ha habido una cierta desacralización teórica del espacio ( a la que la obra de Galileo dio la señal de partida), pero quizás aún no asistimos a una efectiva desacralización del espacio. Y es posible que nuestra propia vida esté dominada por un determinado número de oposiciones intangibles, a las que la institución y la práctica aún no han osado acometer; oposiciones que admitimos como cosas naturales: por ejemplo, las relativas al espacio público y al espacio privado, espacio familiar y espacio social, espacio cultural y espacio productivo, espacio de recreo y espacio laboral; espacios todos informados por una sorda sacralización.

La obra —inmensa de Bachelard—, las descripciones de los fenomenólogos nos han hecho ver que no vivimos en un espacio homogéneo y vacío, sino, antes bien, en un espacio poblado de calidades, un espacio tomado quizás por fantasmas: el espacio de nuestras percepciones primarias, el de nuestros sueños, el de nuestras pasiones que conservan en sí mismas calidades que se dirían intrínsecas; espacio leve, etéreo, transparente o, bien, oscuro, cavernario, atestado; es un espacio de alturas, de cumbres, o por el contrario un espacio de simas, un espacio de fango, un espacio que puede fluir como una corriente de agua, un espacio que puede ser fijado, concretado como la piedra o el cristal.

Estos análisis, no obstante, aun siendo fundamentales para la reflexión contemporánea, hacen referencia sobre todo al espacio interior. Mi interés aquí es tratar del espacio exterior.

El espacio que habitamos, que nos hace salir fuera de nosotros mismos, en el cual justamente se produce la erosión de nuestra vida, de nuestro tiempo y de nuestra historia, este espacio que nos consume y avejenta es también en sí mismo un espacio heterogéneo. En otras palabras, no vivimos en una especie de vacío, en cuyo seno podrían situarse las personas y las cosas. No vivimos en el interior de un vacío que cambia de color, vivimos en el interior de un conjunto de relaciones que determinan ubicaciones mutuamente irreductibles y en modo alguno superponibles.

Nada costaría, claro está, emprender la descripción de estas distintas ubicaciones, investigando cuál es el conjunto de relaciones que permite definir esa ubicación. Sin ir más lejos, describir el conjunto de relaciones que definen las ubicaciones de las travesías, las calles, los ferrocarriles (el ferrocarril constituye un extraordinario haz de relaciones por cuyo medio uno va, asimismo permite desplazarse de un sitio a otro y él mismo también se desplaza). Podría perfectamente describir, por el haz de relaciones que permite definirlas, las ubicaciones de detención provisional en que consisten los cafés, los cinematógrafos, las playas. De igual modo podrían definirse, por su red de relaciones, los lugares de descanso, clausurados o semiclausurados, en que consisten la casa, el cuarto, el lecho, etc. Pero lo que me interesa son, entre todas esas ubicaciones, justamente aquellas que tienen la curiosa propiedad de ponerse en relación con todas las demás ubicaciones, pero de un modo tal que suspenden, neutralizan o invierten el conjunto de relaciones que se hallan por su medio señaladas, reflejadas o manifestadas. Estos espacios, de algún modo, están en relación con el resto, que contradicen no obstante las demás ubicaciones, y son principalmente de dos clases.


Heterotopías


Tenemos en primer término las utopías. Las utopías son los lugares sin espacio real. Son los espacios que entablan con el espacio real una relación general de analogía directa o inversa. Se trata de la misma sociedad en su perfección máxima o la negación de la sociedad, pero, de todas suertes, utopías con espacios que son fundamental y esencialmente irreales.

Hay de igual modo, y probablemente en toda cultura, en toda civilización, espacios reales, espacios efectivos, espacios delineados por la sociedad misma, y que son una especie de contraespacios, una especie de utopías efectivamente verificadas en las que los espacios reales, todos los demás espacios reales que pueden hallarse en el seno de una cultura están a un tiempo representados, impugnados o invertidos, una suerte de espacios que están fuera de todos los espacios, aunque no obstante sea posible su localización. A tales espacios, puesto que son completamente distintos de todos los espacios de los que son reflejo y alusión, los denominaré, por oposición a las utopías, heterotopías: y tengo para mí que entre las utopías y esos espacios enteramente contrarios, las heterotopías, cabría a no dudar una especie de experiencia mixta, mítica, que vendría representada por el espejo. El espejo, a fin de cuentas, es una utopía, pues se trata del espacio vacío de espacio. En el espejo me veo allí donde no estoy, en un espacio irreal que se abre virtualmente tras la superficie, estoy allí, allí donde no estoy, una especie de sombra que me devuelve mi propia visibilidad, que me permite mirarme donde no está más que mi ausencia: utopía del espejo. pero es igualmente una heterotopía, en la medida en que el espejo tiene una existencia real, y en la que produce, en el lugar que ocupo, una especie de efecto de rechazo: como consecuencia del espejo me descubro ausente del lugar porque me contemplo allí. Como consecuencia de esa mirada que de algún modo se dirige a mí, desde el fondo de este espacio virtual en que consiste el otro lado del cristal, me vuelvo hacia mi persona y vuelvo mis ojos sobre mí mismo y tomo cuerpo allí donde estoy; el espejo opera como una heterotopía en el sentido de que devuelve el lugar que ocupa justo en el instante en que me miro en el cristal, a un tiempo absolutamente real, en relación con el espacio ambiente, y absolutamente irreal, porque resulta forzoso, para aparecer reflejado, comparecer ante ese punto virtual que está allí.

En cuanto a las heterotopías propiamente dichas, ¿cómo podríamos definirlas, en qué consisten? Podríamos suponer no tanto una ciencia, un concepto tan prostituido en este tiempo, como una especie de descripción sistemática que tendría como objeto, en una sociedad dada, el estudio, el análisis, la descripción, la «interpretación», como gusta decirse ahora, de esos espacios diferentes, de esos otros espacios, una suerte de contestación a un tiempo mítica y real del espacio en que vivimos: descripción que podríamos llamar la heterotopología. He aquí una constante de todo grupo humano. Pero las heterotopias adoptan formas muy variadas y acaso no encontremos una sola forma de heterotopía que sea absolutamente universal. no obstante, podemos clasificarlas en dos grandes tipos.

En las sociedades “primitivas” se da una cierta clase de heterotopías que podríamos denominar heterotopias de crisis, es decir, que hay lugares aforados, o sagrados o vedados, reservados a los individuos que se encuentran en relación con la sociedad, y en el medio humano en cuyo seno viven, en crisis a saber: los adolescentes, las menstruantes, las embarazadas, los ancianos, etc.

En nuestra sociedad, este tipo de heterotopias de crisis van camino de desaparecer, aunque todavía es posible hallar algunos vestigios. Sin ir más lejos, la escuela, en su forma decimonónica, el servicio militar, en el caso de los jóvenes, han tenido tal función, las primeras manifestaciones de la sexualidad masculina debían verificarse por fuerza «fuera» del ámbito familiar. En el caso de las muchachas, hasta mediados del siglo xx, imperaba la costumbre del «viaje de bodas»: es una cuestión antiquísima. La pérdida de la flor, en el caso de las muchachas, tenía que producirse en «tierra de nadie» y, a tales efectos, el tren, el hotel, representaba justamente esa «tierra de nadie», esta heterotopía sin referencias geográficas.

Más estas heterotopías de crisis en la actualidad están desapareciendo y están siendo reemplazadas, me parece, por heterotopías que cabría llamar de desviación, es decir: aquellas que reciben a individuos cuyo comportamiento es considerado desviado en relación con el medio o con la norma social. Es el caso de las residencias, las clínicas psiquiátricas; es también el caso de las prisiones y también de los asilos, que se encuentran de algún modo entre las heterotopías de crisis y las heterotopías de desviación, pues, a fin de cuentas, la vejez es una crisis, y al mismo tiempo una desviación, porque en nuestra sociedad, en la que el tiempo libre es normativizado, la ociosidad supone una especie de desviación.

El segundo principio de esta sistemática de las heterotopías consiste en que, en el decurso de su historia, una sociedad suele asignar funciones muy distintas a una misma heterotopía vigente; de hecho, cada heterotopía tiene una función concreta y determinada dentro de una sociedad dada, e idéntica heterotopía puede, según la sincronía del medio cultural, tener una u otra función.

Pondría como ejemplo la sorprendente heterotopía del cementerio. El cementerio constituye un espacio respecto de las espacios comunes, es un espacio que está no obstante en relación con el conjunto de todos los espacios de la ciudad o de la sociedad o del pueblo, ya que cada persona, cada familia tiene a sus ascendientes en el cementerio. En la cultura occidental, el cementerio ha existido casi siempre. Pero ha sufrido cambios de consideración. Hasta finales del siglo xviii, el cementerio estaba situado en el centro mismo de la ciudad, en los aledaños de la iglesia, con una disposición jerárquica múltiple. Allí se encuentra el pudridero en el que los cadáveres terminan por despojarse de sus últimas briznas de individualidad, sepulturas individuales y sepulturas en el interior de la iglesia. Tales sepulturas eran de dos clases, a saber: lápidas con una inscripción o mausoleos con una estatuaria. Tal cementerio, que se situaba en el espacio sagrado de la iglesia, ha tomado en las civilizaciones modernas un cariz muy distinto y es, sorprendentemente, en la época en la que la civilización se torna, como suele decirse groseramente, «atea», cuando la cultura occidental ha inaugurado lo que conocemos como el culto a los difuntos.

Aunque bien mirado, es perfectamente natural que en la época en la que se creía efectivamente en la resurrección de la carne y en la inmortalidad del alma no se prestara a los restos mortales demasiada importancia. Por el contrario, desde el momento en que la fe en el alma, en la resurrección de la carne declina, los restos mortales cobran mayor consideración, pues, a la postre, son las únicas huellas de nuestra existencia entre los vivos y entre los difuntos.

Sea como fuere, no es sino a partir del siglo xix cuando cada persona tiene derecho al nicho y a su propia podredumbre: pero, por otro lado, sólo a partir del siglo xix es cuando se comienza a instalar los cementerios en la periferia de las ciudades. Parejamente a esta individualización de la muerte y a la apropiación burguesa del cementerio, surge la consideración obsesiva de la muerte como «enfermedad». Los muertos son los que contagian las enfermedades a los vivos y es la presencia y la cercanía de los difuntos pared con pared con las viviendas, la iglesia, en medio de la calle, esta proximidad de la muerte es la que propaga la misma muerte. Esta gran cuestión de la enfermedad propagada por el contagio de los cementerios persiste desde finales del siglo xviii, siendo a lo largo del siglo xix cuando se comienzan a trasladar los cementerios a las afueras. Los cementerios no constituyen tampoco el viento sagrado e inmortal de la ciudad, sino la «otra ciudad», en la que cada familia tiene su última morada.

Tercer principio. La heterotopía tiene el poder de yuxtaponer en un único lugar real distintos espacios, varias ubicaciones que se excluyen entre sí. Así, el teatro hace suceder sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares ajenos entre sí; así, el cine no es sino una particular sala rectangular en cuyo fondo, sobre una pantalla de dos dimensiones, vemos proyectarse un espacio de tres dimensiones; pero, quizás, el ejemplo más antiguo de este tipo de heterotopías, en forma de ubicaciones contradictorias, viene representado quizás por el jardín. No podemos pasar por alto que el jardín, sorprendente creación ya milenaria, tiene en Oriente significaciones harto profundas y como superpuestas. El jardín tradicional de los persas consistía en un espacio sagrado que debía reunir en su interior rectangular las cuatro partes que simbolizan las cuatro partes del mundo, con un espacio más sagrado todavía que los demás a guisa de punto central, el ombligo del mundo en este medio (ahí se situaban el pilón y el surtidor); y toda la vegetación del jardín debía distribuirse en este espacio, en esta especie de microcosmos. En cuanto a las alfombras, eran, al principio, reproducciones de jardines. El jardín es una alfombra en la que el mundo entero alcanza su perfección simbólica y la alfombra es una especie de jardín portátil. El jardín es la más minúscula porción del mundo y además la totalidad del mundo. El jardín es, desde la más remota Antigüedad, una especie de heterotopía feliz y universalizadora (de ahí nuestros parques zoológicos).


Heterocronías


Cuarto principio. Las heterotropías están ligadas, muy frecuentemente, con las distribuciones temporales, es decir, abren lo que podríamos llamar, por pura simetría, las heterocronías: la heterotopía despliega todo su efecto una vez que los hombres han roto absolutamente con el tiempo tradicional: así vemos que el cementerio es un lugar heterotópico en grado sumo, ya que el cementerio se inicia con una rara heterocronía que es, para la persona, la pérdida de la vida, y esta cuasieternidad en la que no para de disolverse y eclipsarse.

De un modo general, en una sociedad como ésta, heterotopía y heterocronía se organizan y se ordenan de una forma relativamente compleja. Hay, en primer término, heterotopías del tiempo que se acumula hasta el infinito, por ejemplo, los museos, las bibliotecas; museos y bibliotecas son heterotopías en las que el tiempo no cesa de amontonarse y posarse hasta su misma cima, cuando hasta el siglo xvii, hasta finales del siglo xvii incluso, los museos y las bibliotecas constituían la expresión de una elección particular. Por el contrario, la idea de acumularlo todo, la idea de formar una especie de archivo, el propósito de encerrar en un lugar todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas, todos los gustos, la idea de habilitar un lugar con todos los tiempos que está él mismo fuera de tiempo, y libre de su daga, el proyecto de organizar de este modo una especie de acumulación perpetua e indefinida del tiempo en un lugar inmóvil es propio de nuestra modernidad. El museo y la biblioteca son heterotopías propias de la cultura occidental del siglo xix.

Frente a esas heterotopías, que están ligadas a la acumulación del tiempo, hay heterotopías que están ligadas, por el contrario, al tiempo en su forma más fútil, más efímera, más quebradiza, bajo la forma de fiesta. Tampoco se trata de heterotopías permanentes, sino completamente crónicas. Tal es el caso de las ferias, esos magníficos emplazamientos vacíos al borde de las ciudades, que se pueblan, una o dos veces por año, de barracas, de puestos, de un sinfín de artículos, de luchadores, de mujeres-serpientes, de decidoras de la buenaventura. Incluso muy recientemente, se ha inventado una nueva heterotopía crónica, a saber, las ciudades de vacaciones; esas ciudades polinesias que ofrecen tres semanas de una desnudez primitiva y eterna a los habitantes urbanos; y puede verse además que, en estas dos formas de heterotopía, se reúnen la de la fiesta y la de la eternidad del tiempo que se acumula; las chozas de Djerba están en cierto sentido emparentadas con las bibliotecas y los museos, pues, reencontrando la vida polinesia, se suprime el tiempo, pero también se encuentra el tiempo, es toda la historia de la humanidad la que se remonta hasta su origen como una suerte de gran sabiduría inmediata.

Quinto principio. Las heterotopías constituyen siempre un sistema de apertura y cierre que, al tiempo, las aísla y las hace penetrables. Por regla general, no se accede a un espacio heterópico así como así. O bien se halla uno obligado, caso de la trinchera, de la prisión, o bien hay que someterse a ritos o purificaciones. No se puede acceder sin una determinada autorización y una vez que se han cumplido un determinado número de actos. Además, hay heterotopías incluso que están completamente consagradas a tales rituales de purificación, purificación medio religiosa medio higiénica como los hammas de los musulmanes, o bien purificación nítidamente higiénica como las saunas escandinavas.

Por el contrario, hay otras que parecen puras y simples aperturas, pero que, por regla general, esconden exclusiones, muy particulares: cualquier persona puede penetrar en ese espacio heterotópico, pero, a decir verdad, no es más que una quimera: uno cree entrar y está, por el mismo hecho de entrar, excluido. Pienso, por ejemplo, en esas inmensas estancias de Brasil o, en general, de Sudamérica. La puerta de entrada no da a la pieza donde vive la familia y toda persona que pasa, todo visitante puede perfectamente cruzar el umbral, entrar en la casa y pernoctar. Ahora bien, tales dependencias están dispuestas de tal modo que el huésped que pasa no puede acceder nunca al seno de la familia, no es más que un visitante, en ningún momento es un verdadero huésped. De esta clase de heterotopía, que ha desaparecido en la práctica en nuestra civilización, pueden acaso advertirse vestigios en los conocidos moteles americanos, a los que se llega con el automóvil y la querida y en los que la sexualidad ilícita está al mismo tiempo completamente a cubierto y completamente escondida, en un lugar aparte, sin estar sin embargo a la vista.

En fin, la última singularidad de las heterotopías consiste en que, en relación con los demás espacios, tienen una función, la cual opera entre dos polos opuestos. O bien desempeñan el papel de erigir un espacio ilusorio que denuncia como más ilusorio todavía el espacio real, todos los lugares en los que la vida humana se desarrolla. Quizás es ese el papel que desempeñaron durante tanto tiempo los antiguos prostíbulos, hoy desaparecidos. O bien, por el contrario, erigen un espacio distinto, otro espacio real, tan perfecto, tan exacto y tan ordenado como anárquico, revuelto y patas arriba es el nuestro. Ésa sería la heterotopía no tanto ilusoria como compensatoria y no dejo de preguntarme si no es de algún modo ése el papel que desempeñan algunas colonias.

En determinados supuestos han desempeñado, en el plano de la organización general del espacio terrestre, el papel de la heterotopía. Pienso por ejemplo en el papel de la primera ola de colonización, en el siglo xvii, en esas sociedades puritanas que los ingleses fundaron en América, lugares de perfección suma.

Pienso también en esas extraordinarias reducciones jesuitas de América del Sur: colonias maravillosas, absolutamente reguladas, en las que la perfección humana era un hecho. Los jesuitas del Paraguay habían establecido reducciones en las que la existencia estaba regulada en todos y cada uno de sus aspectos. La población estaba ordenada conforme a una disposición rigurosa en derredor de una plaza central al fondo de la cual se levantaba la iglesia: a un lado, la escuela, al otro, el cementerio y, detrás, enfrente de la iglesia, se abría una calle en la que confluía perpendicularmente otra; cada familia tenía su cabaña a lo largo de esos dos ejes, y de este modo se reproducía exactamente el símbolo de la Cruz. La Cristiandad señalaba de este modo con su símbolo fundamental el espacio y la geografía del mundo americano.

La vida cotidiana de las personas estaba regulada menos a golpe de sirenas que de campanas. Toda la comunidad tenía fijado el descanso y el inicio del trabajo a la misma hora: la comida al mediodía y a las cinco; luego se acostaban y a la medianoche era la hora del llamado descanso conyugal, esto es, nada más sonar la campana del convento, todos y cada uno debían cumplir con su débito.

Prostíbulos y colonias son dos clases extremas de la heterotopía y si se para mientes, después de todo, en que la nave es un espacio flotante del espacio, un espacio sin espacio, con vida propia, cerrado sobre sí mismo y al tiempo abandonado a la mar infinita y que, de puerto en puerto, de derrota en derrota, de prostíbulo en prostíbulo, se dirige hacia las colonias buscando las riquezas que éstas atesoran, puede comprenderse la razón por la que la nave ha sido para nuestra civilización, desde el siglo xvi hasta hoy, al tiempo, no sólo, por supuesto, el mayor medio de desarrollo económico (no hablo de eso ahora), sino el mayor reservorio de imaginación. La nave constituye la heterotopía por excelencia. En las civilizaciones de tierra adentro, los sueños se agotan, el espionaje sustituye a la aventura y la policía a los piratas.